16/12/2014

Jean Michel Jarre en el país que quemó los pianos

17/06/2014

El músico francés se desvivió (y casi se arruina) por ser el primer músico occidental en tocar en la China post Mao. 

La experiencia fue caótica e inolvidable, pero susceptible de ser empeorada


Un cartel anunciador de los conciertos de 1981.

A mediados de diciembre de 1979, Jean Michel Jarre recibe una llamada del secretario general de la UNESCO, el senegalés Amadou-Mathar M'Bow. El Gobierno chino de Hua Guofen estaría interesado en que Jean Michel Jarre viajara a Pekín y formalizara una serie de conciertos en la China comunista, tan sólo tres años después de la muerte de Mao. Amadou-Mathar había estudiado en París y sentía un cariño muy especial por Francia.

En la reunión de la sede de la UNESCO, el secretario general le cuenta a Jarre que Radio Pekín ha empezado a poner sus discos, desde 'Oxygene' hasta el último 'Magnetic fields'. Jarre casi salta de alegría, porque llevaba un año y medio de insistencia ante la Embajada China en París para que aprobaran sus conciertos. Por otra parte, quedaba claro que quien ya manejaba todos los hilos de la reciente economía comunista china era Deng Xiaoping. Ese mismo mes, China había comprado varios aviones a la Boeing y Coca-Cola había anunciado la inauguración de una fábrica en Shanghai.

El 13 de julio de 1980, al año siguiente, Jean Michel Jarre y su esposa Charlotte Rampling llegan a Pekín. Su primera reunión con las autoridades chinas se produce en el Conservatorio de Música China en Pekín, localizado en una de las calles adyacentes de la plaza Tien An Men .



El piano es decadente

Jarre había tomado la precaución de llevarse un par de sintetizadores para hacerles la demostración a los chinos de lo que la electrónica había hecho cambiar la faz de la música. Los chinos alucinaban con los nuevos sonidos. Se excitaban con todas las 'modernidades' occidentales. El propio Jarre me contó que en el Conservatorio no había ni un sólo piano acústico. Durante la revolución cultural, el piano había sido declarado culpable de decadencia musical occidental. Parece ser que en todo Pekín, como mucho, había dos pianos y controlados por el el aparato cultural del nuevo régimen.

Aquella misma tarde, Jean Michel y Charlotte acuden a un concierto de música sinfónica china. Jarre graba la música clásica china, en un cassette para poder componer algo sobre la idea musical china, pero con sintetizadores. Por la noche, cenan con Madame Wuang, directora de la radio nacional. La dirigente le dice que más medio millón de chinos ya conocen la música de Jarre, porque ha dado órdenes de que se escuche, como inquietante novedad tecnológica en la cultura de un nuevo país, en vías de desarrollo. Un cuento chino.

Como todo se eterniza por el funcionariado, Jarre no vuelve a China hasta febrero de 1981. Vuela en el mismo Concorde, con François Mitterrand, que está a punto de ser presidente de la República. El político le asegura que hablará con los chinos para lograr que pueda actuar, al menos, en Pekín. Jean Michel le cuenta al presidente que su idea es de adaptar un tema chino clásico y casarlo con los sintetizadores. Algo difícil de solventar , porque en la música clásica china no existen las partituras.

En junio, Jean Michel regresa una vez más Pekín. Afina o desafina los detalles técnicos con la enorme plantilla de funcionarios chinos, incapaces de entenderse entre ellos. La reuniones casi enloquecen al artista francés. Casi una semana después de las discusiones , se encuentra al borde de abortar el proyecto, de desistir de la empresa. Le explica a Charlotte que esos conciertos van a ser más difíciles que lograr un concierto en la cara oculta de la luna. Hablando de Pink Floyd, Jean Michel está impresionado de la puesta en escena de 'The wall'.

Así que contrata a Mark Fisher para lograr una puesta en escena espectacular. La firma de Mark para el proyecto entona moralmente a Jarre, que acuerda con los chinos,finalmente, ofrecer dos conciertos en Pekín y tres en Shanghai.

Sin luz china

Por fín, el 15 de octubre de 1981 despega de París un avión especial rumbo a Pekín. Transporta 15 toneladas de material, con 300 cajas etiquetadas y 70 personas a bordo. El avión llega a la capital China 30 horas después. En el mismo aeropuerto, las autoridades chinas le obligan a formalizar y firmar una especie de contrato .

La decadencia del aparato comunista chino provoca el caos en la expedición. Para empezar, las autoridades no habían previsto tantas habitaciones en el hotel donde los van a instalar. Hasta el punto de que Dominique Perrier, uno de los técnicos pierde a su mujer en otro de los hoteles que han habilitado improvisadamente.

Peor todavía. Llegados al Palacio de Deportes de Pekín, el equipo de Jarre se queda perplejo. No hay tomas de electricidad y sin electricidad no hay concierto. Finalmente, tiene que intervenir el Ministerio de Industria chino para solucionar el problema. Cada técnico francés tiene un técnico chino a su disposición. El problema es que a los chinos les vuelven locos las máquinas de café que ha instalado el equipo francés. En un par de días, ya no hay 'stock' ni de café ni de azúcar. ¿Quién decía que a los chinos les gusta el té?

Dictados por las escrupulosas autoridades, hay dos repasos generales técnicos cada día. El primero a las 11.30 de la mañana y el segundo a las 17.30 de la tarde. Jean Michel Jarre habla con el 'bureau' comunista y les exige que las entradas sean gratis. Recibe un insolente no por respuesta. Dicen que las entradas son muy baratas. 30 pesetas la más cara y 18 pesetas la más barata. Pero hay que tener muy en cuenta que el salario medio chino era de sólo cuatrocientas ochenta pesetas. A Jarre no le queda más remedio que tragar. Como se venden pocas entradas vendidas, Jean Michel, con su socio Dreyfuss se aseguran de comprar y regalar las 180.000 entradas de los tres días de actuaciones de Shangai. A vista del negocio, los chinos cobran seis pesetas más caras cada entrada por cuestión de impuestos, dicen.

Presidencia tibetana

Afortunadamente, el material, los sintetizadores y la escenografía han llegado a tiempo de Hong Kong. Llega la gran noche, el 21 de octubre de 1981. La mayoría del público eran soldados y funcionarios. Al final, el régimen había regalado las entradas. Como todo se va a filmar y va a tener una propaganda mundial, el régimen instala en la presidencia del Palacio de los Deportes de Pekín a Panchan Lama Ederni, que había sido el líder tibetano colaboracionista, el amigo que se había colado como vicepresidente de la Asamblea Nacional para demostrar que China no está aplastando al pueblo tibetano.

Jarre estrenaba en Pekín el Fairlight, el nuevo juguete que podía secuenciar y samplear cualquier sonido. Pero el Fairlight falla por culpa de las continuas bajadas de tensión en la electricidad. Aún peor, Frederic Rosseau se equivoca al disparar las secuencias. Un caos musical. El sonido es un puñetero desastre. Al final del concierto, Jarre se entera de que más de dos barrios cercanos a ese Palacio de Deportes han estado a oscuras para que los franceses tuvieran su electricidad.

Jarre también está desmoralizado porque, a medida que avanzaba el concierto, la gente fue abandonando el recinto. Las autoridades le aseguran que ha sido porque no querían perder los últimos vehículos públicos, únicos medios para volver a casa.

En realidad, todo es un juego caprichoso de propagandas. A Jarree le volvía loco, le excitaba ser el primer artista occidental que tocaba en la China. Para el régimen chino era una gran publicidad demostrar al mundo que no estaban cerrados al mundo. Todo lo contrario. Eran el pueblo más moderno, abierto a este Marco Polo electrónico, con una sociedad abierta a la última música de la tecnología. Puro matrimonio de conveniencia. Lo cierto y la única verdad era que los chinos no entendían una mierda de la música de Jarre. Y ni los lasers, el sonido abrumador y la parafernalia de la puesta en escena de Mark Fisher les hacía salir de la indiferencia. Iban obligados a los conciertos, igual que a todo el equipo francés se les vigilaba de una forma especial.

El concierto del segundo día fue bastante mejor. Además, Jean Michel Jarre pudo tocar con la pequeña Orquesta Sinfónica de Pekín uno de las piezas más famosas de la música tradicional china, 'Pescando con los juncos al atardecer'. Todo un logro, aunque sonase todo desafinado.

Los diarios oficialistas chinos, al día siguiente, llamaron a Jean Michel Jarre "el mago del sonido y la luz", el "gran maestro de la electricidad". Pero su circo electrónico tiene que viajar a Shangai. Les esperan tres conciertos, los días 26,27 y 28 de octubre.

Como había ocurrido en Pekín, un gran barrio de Shanghai se queda sin luz para alimentar de electricidad al estadio de 60.000 espectadores. Ni regalando las entradas, el estadio se llena ninguno de los tres días. Eso sí, el público alucinaba con el sintetizador portátil de Jarre e incluso su famosa arpa de electrónica funciona en Shangai. En Pekín no se había podido instalar por problemas técnicos.

Al final, hay una sensación de contento general.Todos los conciertos han tenido gran repercusión en todo el mundo. Jarre había invitado a más de 20 periodistas de varios países.. Los chinos le ofrecen la posibilidad de un sexto concierto en Pekín ante el éxito propagandístico en el mundo. Pero Jean Michel prefiere comprarle una moto oficial a un policía de Pekín por tres mil francos y regresar a París tras la pesadilla china. En el avión de regreso, Jarre escribe el mejor tema de su álbum doble 'The concerts in China'. Le llama 'Souvenir de Chine'. Una semana después, Jarre y todos sus músicos penetran en el estudio para grabar el disco. De las cinco pesadillas en China sólo pueden valer las imágenes rodadas en cine.

Jarre y su socio Dreyfuss habían perdido 5 millones de francos -60 millones de pesetas- en el viaje a China. Tardó casi cinco años en recuperar el dinero de la aventura.

Curiosamente, Jean Michel vuelve a China en marzo de 1994. Trece años después. Fue todavía más caótico, porque el concierto de Pekín se hizo en la Ciudad Prohibida. Me contó que fue mucho peor que la primera aventura. Los chinos habían perdido la virginidad y sólo disfrutaban del dinero. Jarre aprendió mucho de un proverbio chino que decía así: "El sabio puede sentarse en un hormiguero ,pero sólo el necio se queda sentando en él". Seguro que lo asociaba a su segundo viaje a China.

Source: elmundo.es

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